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lunes, 2 de abril de 2012

La noción de libertad en Foucault: lo normal como problema

          De entre todas las nociones que se pueden extraer de la obra de Foucault, la libertad podría ser una de las nociones que despiertan un mayor asombro en los lectores y, por esa condición, se situaría en una posición central en el discurso foucaultiano. ¿Por qué es fundamental en Foucault aquello que no nos deja indiferente? Porque en última instancia la última palabra la tiene el lector. Foucault no afirma nada taxativamente, sino que deja que el lector haga uso de la mirada que le sea más fructífera a la hora de leer los textos. Los discursos pueden ser reformulados. Ahora bien, eso no significa que tengamos que hacer hermenéutica, sino que, en la medida de lo posible, siempre debemos remitirnos al texto.

            Este término de la libertad no deja indiferente y esto es porque al prestar oído al texto hay algo que, irremediablemente, nos ha de conmover. No es una cuestión de estar o no de acuerdo con lo que Foucault plantea, sino que lo que nos rompe es el texto mismo. El discurso del archivo es el que desvela la rotura. Rotura histórica y, como consecuencia, rotura de aquel suelo firme en el que creíamos pisar seguros porque era nuestro hogar. Y, a pesar de todo, sigue siendo nuestro hogar, pero después de leer a Foucault nos empezamos a cuestionar lo que parecía incuestionable. Lo obvio se nos presenta como lo absoluto contingente, el mundo se rompe y de sus pedazos surgen nuevas posibilidades. Nos deshacemos del determinismo y nos insertamos en la libertad.

            Foucault habla de los temas más cercanos, temas que nos atañen a todos. Por ese motivo rehúsa hacer una historia de las ideas o de la verdad. No se presenta como poseedor de un saber que confiere el privilegio de decidir qué es lo relevante o qué no lo es, sino que nos invita a hacer una reflexión acerca de algo que nos interesa a todos. Al ser una reflexión individual, no se parte de un saber (que por el mismo hecho de serlo nos sometería a él), sino que se parte de la facticidad de lo escrito.

             El saber siempre implica un poder y el poder siempre opera como economizador de las libertades individuales. El saber en este sentido elimina la libertad. Por eso Foucault sólo presenta los textos. Invita a que sea el lector quien extraiga un saber de ellos; pero no un saber como el de las ciencias, no un saber inequívoco, sino un saber que quizá sirva para orientar la propia existencia. En realidad, un saber que libere, un saber que nos despoje del saber mismo. Foucault se da cuenta de que hay un flujo de influencia recíproca entre el saber y el poder que nos constituye. Somos partícipes de la articulación de esos dos elementos porque estamos instalados en su estructura. Hay unas relaciones de poder que se nutren del saber y, a su vez, ese saber sirve para fortalecer el poder, y en ese juego nos constituimos porque es una red que atraviesa toda nuestra existencia.
 
                La historia no tiene un sentido, el puzzle se puede construir de muy diversas maneras, de lo que se trata es de descifrar cuales son las condiciones de posibilidad que permiten una construcción concreta: la nuestra. Las distintas fases que han conducido a las sociedades disciplinarias actuales pasan por una definición de hombre a través de la psiquiatría, la medicina o las ciencias humanas (saber) y una distribución de los cuerpos llevada a cabo por las instituciones: ejército, colegio, fábrica, cárcel… Ambos elementos ponen de manifiesto el escenario donde se produce la inevitable pérdida de libertad que nos encadena a lo que sabemos, lo que podemos y, en consecuencia, a lo que somos. No se trata de que se nos prive ser lo que somos, sino de que se nos obliga a ser lo que somos.

           Lo que Foucault plantea es que este poder y este saber se fundan en una manera concreta de problematizar las cosas. Además, este poder-saber contribuye a que este modo sea el modo específico en el que en la actualidad los individuos se problematizan a sí mismos. De lo que se trata es de darse cuenta de que la manera de problematizar las cosas es histórica, entendiendo la historia, no como un discurso continuo (historia de la verdad), sino como varios discursos discontinuos pertenecientes a un tipo de problematización concreto en cada caso.

               Foucault realiza una historia de las verdades, una ontología del presente. Si la verdad surge de una manera de problematizar el mundo, la tarea de Foucault consistirá en encontrar el comienzo, el umbral que posibilita un nuevo tipo de conocimiento. Se trata de ver cuáles han sido las condiciones de posibilidad de nuestro presente, y lo más relevante en el hecho del comienzo, es que nos vaticina que también habrá un próximo fin. En este horizonte es donde alcanzaremos la holgura existencial que nos permitirá poder pensar de otro modo.


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