N. Niepce La mesa puesta, 1822 (la primera foto) |
Esta obra de Barthes, la cual he leído recientemente, me ha causado una
grata sensación. La
cámara lúcida es el relato de una búsqueda de la esencia de la Fotografía. Me resulta especialmente agradable la transparencia y la pasión con la que que escribe Barthes. Es un
relato apasionante, pues lejos de reparar en aquello en lo que reparan los
fotógrafos (técnica, perspectiva…), Barthes nos cuenta de qué manera las
fotografías impactan en su cuerpo, nos narra en qué consisten las sensaciones agradables
que recibe de ellas, o bien, cuales son los detalles que le violentan y le
abren irremediablemente una herida.
Wessing: El ejército patrullando por las calles, Nicaragua,1979 |
Barthes asocia
constantemente la
Fotografía con la
Muerte, la detención del tiempo, la existencia perecedera de
todo cuanto aparece en ella. Ahora bien, cuanto menos estudiada es la pose y,
en cambio, más marcada está por la contingencia, más nos atrapa pues es
repetible en menor medida. Las fotografías demasiado oportunas, que se acomodan
bien en la cultura que escenifican (gestos, vestidos, decorados, etc.) pueden
ser agradables, pero normalmente pasan desapercibidas, no producen en nosotros
ningún duelo, ni tampoco ningún deseo. Hay otro tipo de fotografías, en cambio,
que sí tienen esa capacidad de conmovernos o turbarnos, cuando encontramos algo
en ellas fuera de lugar, o cuando deseamos habitar en el espacio que delimitan o conocer a las personas que salen en ellas.
Un fragmento del libro:
Las antiguas sociedades se las arreglaban para que el recuerdo,
sustituto de la vida, fuese eterno y que por lo menos la cosa que decía la
Muerte fuese ella misma
inmortal: era el Monumento. Pero haciendo de la fotografía, mortal, el testigo general y algo así como natural de “lo
que ha sido”, la sociedad moderna
renunció al Monumento. Paradoja: el mismo siglo ha inventado la Historia
y la Fotografía. Pero
la Historia
es una memoria fabricada según recetas
positivas, un puro discurso intelectual que anula el Tiempo mítico; y la fotografía es un testimonio seguro, pero
fugaz; de suerte que todo prepara hoy a nuestra
especie para esta impotencia: no poder ya, muy pronto, concebir, efectiva o simbólicamente, la duración:
la era de la Fotografía
es también la de las
revoluciones, de las contestaciones, de los atentados, de las explosiones, en suma, de las impaciencias, de todo lo que se
niega a la madurez. Roland Barthes, La cámara lúcida, Paidos: Barcelona, 1989.
Nota: las imágenes que he colgado aparecen en el libro de Barthes.
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