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jueves, 19 de julio de 2012

Idioterne


Un grupo de individuos presumiblemente de clase acomodada, deciden vivir juntos en una casa de campo para poder dedicarse todo el tiempo a hacer, literalmente, el idiota. Karen, la última en entrar al grupo, es una mujer de moral intachable que observa la conducta de sus compañeros con sorpresa y perplejidad. Ella quiere descubrir porque hacen el idiota, pero sólo lo podrá saber cuando ella misma se encuentre viviendo esa liberadora y excepcional experiencia.

El espectador se pregunta lo mismo que Karen, ¿por qué lo hacen? Pero esta pregunta no puede responderse sin más. Quizá debemos preguntarnos, en primer lugar, porque nos resulta tan extraño que unos individuos se comporten voluntariamente como idiotas. Cuando observamos la conducta de los personajes nos damos cuenta de que aquellos comportamientos son totalmente opuestos a los comportamientos sociales aceptados. Asimismo, aquellos comportamientos, lejos de ser ajenos a nuestra existencia, son formas de ser que tenemos muy presentes: constituyen el modelo de una conducta indeseable en sociedad, y por lo tanto, es un modelo que tenemos en consideración, no para seguirlo, naturalmente, sino a la inversa: es la pauta de conducta de lo que no se debe hacer. Para comprender qué es un idiota lo que uno tiene que hacer es entender lo que no quiere ser. Con esta aproximación llegamos a la siguiente paradoja: los personajes hacen el idiota para ser algo que, normalmente, no deberían querer ser.

Foucault en su planteamiento filosófico, apunta a que, en realidad, la razón y el delirio no son cosas que necesariamente se deban excluir mutuamente. De hecho, en la Antigua Grecia, sophrosyne (sensatez) e hybris (desmesura) no estaban separadas, sino que eran dos caras de la misma moneda. Que en esta sociedad se conciban como cosas contrarias, responde a que cierta disciplina, en un momento de la historia, estudió la verdad del delirio, para poder definir como contrapartida, la verdad del hombre normal y, de este modo, la razón y la sinrazón quedaron segregadas. La normalidad, pues, lejos de tener una esencia propia, es un concepto que se define en relación a su alteridad, es decir, en relación a lo que no es normal. Como dice Dostoievski, no es cerrando a su vecino como uno se convence de la propia sensatez. Si el convencimiento de que somos normales es tan frágil como eso, parece que debe ser porque la anormalidad, la desmesura, el delirio o la idiotez no son cosas totalmente ajenas a las personas, sino que de alguna manera pertenecen al dominio de su existencia.

En la película se sugiere que todos llevamos un idiota interior, pero entonces, ¿por qué no somos capaces de liberarnos y poder hacer el idiota sin problemas? Parece que tenemos miedo de que se nos juzgue o, incluso, que se nos tache de irrespetuosos con las personas "verdaderamente" discapacitadas. Detrás de este miedo se esconde la sumisión a una moral establecida. Los protagonistas se comportan así como modo de rebelión contra una moral burguesa que los oprime y no les deja ser libres. Se cuestionan los pilares básicos de vida en sociedad, el juego de simulación que cada uno de nosotros practicamos incluso en la intimidad, para que a la hora de actuar todo salga bajo los cánones de la normalidad y nadie nos tome por locos. Se pone en cuestión esta máscara que constituye a las personas que conviven en sociedad y el teatro que se representa en cada uno de los roles sociales. La crítica radica en que estamos en una cultura en la que se nos socializa bajo una serie de parámetros desde la infancia: el sentido de la responsabilidad, la autoridad, las prohibiciones, la manera correcta de expresarse, o incluso de moverse; adquirimos una determinada manera de concebir ciertas ideas abstractas como el amor, la justicia... desde pequeños nos introducen todas las pautas básicas de la normalidad, se nos acostumbra a seguir las normas. Es muy difícil escapar a esto porque, como dice Foucault, los jueces de la normalidad están presentes por todas partes, en la figura de la autoridad, pero también, incluso en las personas más cercanas (los compañeros, la pareja, los padres, etc.). En nuestras vidas es muy difícil encontrar un hueco para dar cabida a la libertad.

Por ello, estos individuos se construyen su propio espacio de libertad, para poder expresarse sin tabúes ni restricciones de ningún tipo. Un espacio para la creatividad interior, donde despertar al niño que llevamos dentro, un espacio para, como diría Nietzsche, jugar con la misma seriedad con que jugábamos cuando éramos niños pequeños y aún no habíamos interiorizado las normas. Un espacio en el que los individuos retroceden un paso en la adquisición del entramado conceptual que pertenece al orden de lo normativo, para jugar, para exteriorizar los sentimientos de una manera absolutamente intuitiva, anárquicamente, sin teorías, sin conceptos, sin palabras, sintiendo la vida, dejándola aflorar y sintiéndose uno mismo sin ninguna relación con la alteridad, con ninguna cosa que no proceda de sí mismo.

Von Trier entiende que esta experiencia, al tener que prescindir de cualquier teoría, debe surgir como un acontecimiento y no como la revelación de una idea. Hacer el idiota, en este filme, es fruto de la suspensión de la ética, pero también de la suspensión de la teoría en general, es una verdadera epojé, un estado donde el "yo" debe quedar en suspensión. Por eso los actores que hacen el idiota lo hacen de manera totalmente espontánea. El rodaje se da mientras los actores están experimentando este juego consigo mismos, por ello la experiencia se revela tan auténtica.

La película cobra mucho realismo porque es un falso documental, donde cada uno de los personajes cuenta su percepción del grupo como si se tratara de la vida real. Como espectadores no disponemos de una línea argumental única, sino de una multiplicidad de discursos que tenemos que reconstruir para conformar la historia en una totalidad armónica con sus partes (y no para encontrar el sentido último). Asimismo, von Trier también utiliza otras estrategias de realismo, como los desnudos o el sexo explícito, pero quizás, lo más sorprendente es que, en un momento de la película, aparecen un grupo de discapacitados que, al parecer, pasaron por allí en el momento del rodaje por casualidad. Von Trier salió adelante con el rodaje, probablemente para mostrar que, en realidad, lo que hacían los actores no es en absoluto una falta de respeto. Más bien, quizás nos hemos de plantear que la falta de respeto es de quienes piensan que actuar de una manera anormal no es correcto ni deseable, son los que se erigen en nombre de la normalidad, los que están faltando al respeto a aquellos que no pueden ser normales.

Es tras esta vuelta de tuerca como Trier nos muestra la inocencia y autenticidad que hay en el comportamiento de los personajes. Von Trier parece decirnos, que en vez de juzgar a los extraños, los diferentes, los anormales, lo que deberíamos hacer es volver la mirada hacia nosotros mismos. La película, es una referencia hacia el espectador, aunque, como siempre en el cine de Trier, el sentido se nos ofrece de manera negativa. A través de los personajes vemos lo que somos nosotros, nuestros prejuicios, nuestra moral, la máscara que es nuestro yo. Nos damos cuenta, además, que en la normalidad radica la mayor de las idioteces y actos irracionales. Nuestro mundo, el de la normalidad, el de lo políticamente correcto, es a su vez un mundo de barbarie... eso si, camuflado tras el rostro de la hipocresía. Esta película nos pone de relieve la perversión humana por la que se rechaza la realidad por resultar irracional, cuando lo más irracional es no aceptar lo que somos. La película muestra cómo unos individuos rompen o intentan romper con toda la artificialidad del mundo tal y como siempre les ha sido presentado. Se dedican a hacer el idiota, algo que de todos modos habrían hecho en sus vidas si nunca hubieran empezado esta aventura. Pero con una diferencia, mientras que en sus vidas en la normalidad hacer el idiota consistiría en estar simulando ser normales, lo cual no es sólo una idiotez, sino también una trivialidad, en su experiencia han encontrado un sentido a hacer el idiota que llena su vida. ¿La causa? Hacerlo por propia voluntad y autoafirmación, y no en virtud de ninguna exigencia ni imposición.

7 comentarios:

  1. La verdad es que tras la lectura de tu artículo entran unas ganas locas de ver la película y, más aún, de hacer el idiota. Quizá debiera esperar a verla, antes de emitir juicios de los que pueda arrepentirme después... pero... ¿por qué no, empezar ya, ahora, a hacerlo, el idiota?...

    Creo, querida amiga, que Von Trier debiera estar eternamente agradecido a la evolución ético-moral de nuestras sociedades.

    Posiblemente podríamos considerar cierta similitud entre la conducta... ¿irreverente? de los primeros grupos de homínidos y la que parece extraerse de los personajes de la cinta que brillantemente nos has comentado pero... ¿sería posible "hacer el idiota" de verdad... sin normas previas que transgredir, sin censuras que esquivar, sin un código que nos permita alcanzar ciertas cotas de felicidad, tan sólo con el intento de eludirlo...

    percibo un cierto tufo de artificio en la obra... dime tiquismiquis e irresponsable, máxime cuando no la he visto habiéndoseme sido sugerida por vuesa merced (absolutamente rendido a sus pies...) y tener el atrevimiento de criticarla...

    aunque ya avisé que de "hacer el idiota" se trataba...

    un beso.

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  2. Creo recordar que ya tuvimos esta misma discusión hace algún tiempo. Por supuesto que si no hubiera leyes, no se podrían quebrantar esas leyes... ¿Y qué? La filosofía es transgresora. No entiendo esa crítica, amigo. ¿A dónde quieres ir a parar? no se trata de que debamos retroceder realmente a un estado sin lenguaje; el placer, la vida misma, se encuentra siempre en la transgresión, no en la ausencia ni el la presencia.

    Recuerdo un fragmento de Barthes, en el Placer del texto, muy oportuno:

    "¿El lugar más erótico de un cuerpo no es acaso allí donde la vestimenta se abre? En la perversión (que es el régimen del placer textual) no hay “zonas erógenas” (expresión por otra parte bastante inoportuna); es la intermitencia, como bien lo ha dicho el psicoanálisis, la que es erótica: la de la piel que centellea entre dos piezas (el pantalón y el pulóver), entre dos bordes (la camisa entreabierta, el guante y la manga) ; es ese centelleo el que seduce, o mejor: la puesta en escena de una aparición–desaparición."

    Besos

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  3. Pienso que la transgresión de la norma, como forma de placer, corre el peligro de terminar por convertirse en otra norma más... así que... ¿por qué no transgredirla también?... ¿por qué no "hacer el idiota" sin tener conciencia de que lo estás haciendo?... las normas a transgredir son limitadas, la imaginación humana... no.

    Mi critica se ciñe a la falta de naturalidad con la que se aborda la búsqueda de la libertad en determinados ámbitos... en el arte, en este caso... en ocasiones creo que roza el histrionismo absurdo y patético del burgués ávido de ruptura...

    No obstante, además de desacertado, este comentario carece de objetivos... no pretende llegar a ningún sitio más allá de la simple discusión.

    Un beso.

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  4. Por supuesto que al transgredir una norma se corre el riesgo de establecer una nueva norma. El riesgo es contínuo. Por esa razón el reto reside en la transgresión contínua. En el contínuo movimiento que crea la intermitencia entre lo que se muestra y lo que se oculta.

    ¿Hacer el idiota sin tener consciencia de lo que estás haciendo? No entiendo en qué podría consistir.

    Es curioso que siempre sea el arte el que roza el histrionismo, y no cualquier otra cosa... En eso consiste la normalidad también, en dirigir nuestra sensibilidad allí donde corre el riesgo de desmantelarse. Pero claro que la transgresión decae del lado del exceso, e incluso de la obscenidad. Pero la normalidad también, en eso consiste la idiotez, la simulación... sólo que estamos ciegos para percibirlo... o demasiado bien adiestrados.

    ¿No es bastante lógico que el que más metido está en lo normativo sea el que tiene más necesidad de ruptura?

    A mi me parece mucho más patético el cine convencional que repite patrones hasta la nausea... es lógico que nos sintamos cómodos cuando sólo debemos representar la realidad, mientras contemplamos la generalidad de los signos que nuestra cultura se ha encargado de poner a nuestra disposición y nos sintamos violentados cuando nos obligan a pensar de otro modo, cuando nos incitan a casar los significantes que se nos muestran con otros significados inesperados, ocultos en nuestra más profunda subjetividad... sentirse exhibido, incluso para uno mismo, es violento.

    Lo que me parece importante en el cine de Trier es que él no pretende transmitir un sentido, es cada espectador el que elabora el sentido subjetivamente... ahí reside la libertad: en la experiencia singular. No tiene porqué aportar reflexiones valiosas a todo el mundo, esa es la gracia... Trier es un director que puede ser muy odiado... de hecho, lo es... y también idolatrado... Está claro que a mí me gusta, pero al margen de que sea o no un buen director, creo que lo que sí tiene Trier es que no deja a nadie indiferente.

    Besos

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  5. Warhol decía que el artista es aquel que produce cosas que nadie necesita aunque por alguna razón le parece bueno dárselas... imagina si además de inútiles son idioteces artificiales.

    Que maravillosamente escribes.

    Besos.

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  6. Inutilidades e idioteces artificiales es una buena definición de lo que hacía Warhol... a lo que hacía Warhol ni siquiera le llamaría arte... más bien es una fantochada... el tipo se creía muy guay... "oh, mirad, pongo un montón de latas de sopa en el museo, como molo"... venga ya... ese tipo de cosas si que rozan el histrionismo absurdo, ahí te doy toda la razón... pero no creo que podamos meter a Trier en el mismo saco...

    Gracias por el cumplido, querido amigo.

    Besos

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  7. No es un cumplido...

    Besos.

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