Un grupo de individuos presumiblemente de clase acomodada, deciden vivir juntos en una casa de campo para poder dedicarse todo el tiempo a hacer, literalmente, el idiota. Karen, la última en entrar al grupo, es una mujer de moral intachable que observa la conducta de sus compañeros con sorpresa y perplejidad. Ella quiere descubrir porque hacen el idiota, pero sólo lo podrá saber cuando ella misma se encuentre viviendo esa liberadora y excepcional experiencia.
El espectador se pregunta lo mismo que Karen, ¿por qué lo hacen? Pero esta pregunta no puede responderse sin más. Quizá debemos preguntarnos, en primer lugar, porque nos resulta tan extraño que unos individuos se comporten voluntariamente como idiotas. Cuando observamos la conducta de los personajes nos damos cuenta de que aquellos comportamientos son totalmente opuestos a los comportamientos sociales aceptados. Asimismo, aquellos comportamientos, lejos de ser ajenos a nuestra existencia, son formas de ser que tenemos muy presentes: constituyen el modelo de una conducta indeseable en sociedad, y por lo tanto, es un modelo que tenemos en consideración, no para seguirlo, naturalmente, sino a la inversa: es la pauta de conducta de lo que no se debe hacer. Para comprender qué es un idiota lo que uno tiene que hacer es entender lo que no quiere ser. Con esta aproximación llegamos a la siguiente paradoja: los personajes hacen el idiota para ser algo que, normalmente, no deberían querer ser.
Foucault en su planteamiento filosófico, apunta a que, en realidad, la razón y el delirio no son cosas que necesariamente se deban excluir mutuamente. De hecho, en la Antigua Grecia, sophrosyne (sensatez) e hybris (desmesura) no estaban separadas, sino que eran dos caras de la misma moneda. Que en esta sociedad se conciban como cosas contrarias, responde a que cierta disciplina, en un momento de la historia, estudió la verdad del delirio, para poder definir como contrapartida, la verdad del hombre normal y, de este modo, la razón y la sinrazón quedaron segregadas. La normalidad, pues, lejos de tener una esencia propia, es un concepto que se define en relación a su alteridad, es decir, en relación a lo que no es normal. Como dice Dostoievski, no es cerrando a su vecino como uno se convence de la propia sensatez. Si el convencimiento de que somos normales es tan frágil como eso, parece que debe ser porque la anormalidad, la desmesura, el delirio o la idiotez no son cosas totalmente ajenas a las personas, sino que de alguna manera pertenecen al dominio de su existencia.
En la película se sugiere que todos llevamos un idiota interior, pero entonces, ¿por qué no somos capaces de liberarnos y poder hacer el idiota sin problemas? Parece que tenemos miedo de que se nos juzgue o, incluso, que se nos tache de irrespetuosos con las personas "verdaderamente" discapacitadas. Detrás de este miedo se esconde la sumisión a una moral establecida. Los protagonistas se comportan así como modo de rebelión contra una moral burguesa que los oprime y no les deja ser libres. Se cuestionan los pilares básicos de vida en sociedad, el juego de simulación que cada uno de nosotros practicamos incluso en la intimidad, para que a la hora de actuar todo salga bajo los cánones de la normalidad y nadie nos tome por locos. Se pone en cuestión esta máscara que constituye a las personas que conviven en sociedad y el teatro que se representa en cada uno de los roles sociales. La crítica radica en que estamos en una cultura en la que se nos socializa bajo una serie de parámetros desde la infancia: el sentido de la responsabilidad, la autoridad, las prohibiciones, la manera correcta de expresarse, o incluso de moverse; adquirimos una determinada manera de concebir ciertas ideas abstractas como el amor, la justicia... desde pequeños nos introducen todas las pautas básicas de la normalidad, se nos acostumbra a seguir las normas. Es muy difícil escapar a esto porque, como dice Foucault, los jueces de la normalidad están presentes por todas partes, en la figura de la autoridad, pero también, incluso en las personas más cercanas (los compañeros, la pareja, los padres, etc.). En nuestras vidas es muy difícil encontrar un hueco para dar cabida a la libertad.
Por ello, estos individuos se construyen su propio espacio de libertad, para poder expresarse sin tabúes ni restricciones de ningún tipo. Un espacio para la creatividad interior, donde despertar al niño que llevamos dentro, un espacio para, como diría Nietzsche, jugar con la misma seriedad con que jugábamos cuando éramos niños pequeños y aún no habíamos interiorizado las normas. Un espacio en el que los individuos retroceden un paso en la adquisición del entramado conceptual que pertenece al orden de lo normativo, para jugar, para exteriorizar los sentimientos de una manera absolutamente intuitiva, anárquicamente, sin teorías, sin conceptos, sin palabras, sintiendo la vida, dejándola aflorar y sintiéndose uno mismo sin ninguna relación con la alteridad, con ninguna cosa que no proceda de sí mismo.
El espectador se pregunta lo mismo que Karen, ¿por qué lo hacen? Pero esta pregunta no puede responderse sin más. Quizá debemos preguntarnos, en primer lugar, porque nos resulta tan extraño que unos individuos se comporten voluntariamente como idiotas. Cuando observamos la conducta de los personajes nos damos cuenta de que aquellos comportamientos son totalmente opuestos a los comportamientos sociales aceptados. Asimismo, aquellos comportamientos, lejos de ser ajenos a nuestra existencia, son formas de ser que tenemos muy presentes: constituyen el modelo de una conducta indeseable en sociedad, y por lo tanto, es un modelo que tenemos en consideración, no para seguirlo, naturalmente, sino a la inversa: es la pauta de conducta de lo que no se debe hacer. Para comprender qué es un idiota lo que uno tiene que hacer es entender lo que no quiere ser. Con esta aproximación llegamos a la siguiente paradoja: los personajes hacen el idiota para ser algo que, normalmente, no deberían querer ser.
Foucault en su planteamiento filosófico, apunta a que, en realidad, la razón y el delirio no son cosas que necesariamente se deban excluir mutuamente. De hecho, en la Antigua Grecia, sophrosyne (sensatez) e hybris (desmesura) no estaban separadas, sino que eran dos caras de la misma moneda. Que en esta sociedad se conciban como cosas contrarias, responde a que cierta disciplina, en un momento de la historia, estudió la verdad del delirio, para poder definir como contrapartida, la verdad del hombre normal y, de este modo, la razón y la sinrazón quedaron segregadas. La normalidad, pues, lejos de tener una esencia propia, es un concepto que se define en relación a su alteridad, es decir, en relación a lo que no es normal. Como dice Dostoievski, no es cerrando a su vecino como uno se convence de la propia sensatez. Si el convencimiento de que somos normales es tan frágil como eso, parece que debe ser porque la anormalidad, la desmesura, el delirio o la idiotez no son cosas totalmente ajenas a las personas, sino que de alguna manera pertenecen al dominio de su existencia.
En la película se sugiere que todos llevamos un idiota interior, pero entonces, ¿por qué no somos capaces de liberarnos y poder hacer el idiota sin problemas? Parece que tenemos miedo de que se nos juzgue o, incluso, que se nos tache de irrespetuosos con las personas "verdaderamente" discapacitadas. Detrás de este miedo se esconde la sumisión a una moral establecida. Los protagonistas se comportan así como modo de rebelión contra una moral burguesa que los oprime y no les deja ser libres. Se cuestionan los pilares básicos de vida en sociedad, el juego de simulación que cada uno de nosotros practicamos incluso en la intimidad, para que a la hora de actuar todo salga bajo los cánones de la normalidad y nadie nos tome por locos. Se pone en cuestión esta máscara que constituye a las personas que conviven en sociedad y el teatro que se representa en cada uno de los roles sociales. La crítica radica en que estamos en una cultura en la que se nos socializa bajo una serie de parámetros desde la infancia: el sentido de la responsabilidad, la autoridad, las prohibiciones, la manera correcta de expresarse, o incluso de moverse; adquirimos una determinada manera de concebir ciertas ideas abstractas como el amor, la justicia... desde pequeños nos introducen todas las pautas básicas de la normalidad, se nos acostumbra a seguir las normas. Es muy difícil escapar a esto porque, como dice Foucault, los jueces de la normalidad están presentes por todas partes, en la figura de la autoridad, pero también, incluso en las personas más cercanas (los compañeros, la pareja, los padres, etc.). En nuestras vidas es muy difícil encontrar un hueco para dar cabida a la libertad.
Por ello, estos individuos se construyen su propio espacio de libertad, para poder expresarse sin tabúes ni restricciones de ningún tipo. Un espacio para la creatividad interior, donde despertar al niño que llevamos dentro, un espacio para, como diría Nietzsche, jugar con la misma seriedad con que jugábamos cuando éramos niños pequeños y aún no habíamos interiorizado las normas. Un espacio en el que los individuos retroceden un paso en la adquisición del entramado conceptual que pertenece al orden de lo normativo, para jugar, para exteriorizar los sentimientos de una manera absolutamente intuitiva, anárquicamente, sin teorías, sin conceptos, sin palabras, sintiendo la vida, dejándola aflorar y sintiéndose uno mismo sin ninguna relación con la alteridad, con ninguna cosa que no proceda de sí mismo.
Von Trier entiende que esta experiencia, al tener que prescindir de cualquier teoría, debe surgir como un acontecimiento y no como la revelación de una idea. Hacer el idiota, en este filme, es fruto de la suspensión de la ética, pero también de la suspensión de la teoría en general, es una verdadera epojé, un estado donde el "yo" debe quedar en suspensión. Por eso los actores que hacen el idiota lo hacen de manera totalmente espontánea. El rodaje se da mientras los actores están experimentando este juego consigo mismos, por ello la experiencia se revela tan auténtica.
La película cobra mucho realismo porque es un falso documental, donde cada uno de los personajes cuenta su percepción del grupo como si se tratara de la vida real. Como espectadores no disponemos de una línea argumental única, sino de una multiplicidad de discursos que tenemos que reconstruir para conformar la historia en una totalidad armónica con sus partes (y no para encontrar el sentido último). Asimismo, von Trier también utiliza otras estrategias de realismo, como los desnudos o el sexo explícito, pero quizás, lo más sorprendente es que, en un momento de la película, aparecen un grupo de discapacitados que, al parecer, pasaron por allí en el momento del rodaje por casualidad. Von Trier salió adelante con el rodaje, probablemente para mostrar que, en realidad, lo que hacían los actores no es en absoluto una falta de respeto. Más bien, quizás nos hemos de plantear que la falta de respeto es de quienes piensan que actuar de una manera anormal no es correcto ni deseable, son los que se erigen en nombre de la normalidad, los que están faltando al respeto a aquellos que no pueden ser normales.
Es tras esta vuelta de tuerca como Trier nos muestra la inocencia y autenticidad que hay en el comportamiento de los personajes. Von Trier parece decirnos, que en vez de juzgar a los extraños, los diferentes, los anormales, lo que deberíamos hacer es volver la mirada hacia nosotros mismos. La película, es una referencia hacia el espectador, aunque, como siempre en el cine de Trier, el sentido se nos ofrece de manera negativa. A través de los personajes vemos lo que somos nosotros, nuestros prejuicios, nuestra moral, la máscara que es nuestro yo. Nos damos cuenta, además, que en la normalidad radica la mayor de las idioteces y actos irracionales. Nuestro mundo, el de la normalidad, el de lo políticamente correcto, es a su vez un mundo de barbarie... eso si, camuflado tras el rostro de la hipocresía. Esta película nos pone de relieve la perversión humana por la que se rechaza la realidad por resultar irracional, cuando lo más irracional es no aceptar lo que somos. La película muestra cómo unos individuos rompen o intentan romper con toda la artificialidad del mundo tal y como siempre les ha sido presentado. Se dedican a hacer el idiota, algo que de todos modos habrían hecho en sus vidas si nunca hubieran empezado esta aventura. Pero con una diferencia, mientras que en sus vidas en la normalidad hacer el idiota consistiría en estar simulando ser normales, lo cual no es sólo una idiotez, sino también una trivialidad, en su experiencia han encontrado un sentido a hacer el idiota que llena su vida. ¿La causa? Hacerlo por propia voluntad y autoafirmación, y no en virtud de ninguna exigencia ni imposición.